Hace mucho tiempo, pero me parece apropiado recuperarlo.
Hace unas semanas, después de un intenso día de trabajo, Joan Mesquida decidió relajarse, dar un paseo y comprar unas revistas. Se deshizo de la corbata. Bajó a la carrera las escaleras de su vivienda oficial y alcanzó la calle. Era una agradable tarde de otoño. En el madrileño barrio de Arguelles, escenario de sus andanzas universitarias. Avanzó unos pasos, dio un respingo y frenó en seco. “Me di cuenta de que no había avisado a los escoltas. Se me había pasado. ¡Vaya metedura de pata…! Retrocedí, volví a casa, llamé al jefe de seguridad y le dije que iba a salir. Y se montó el lío. Me tuve que quedar sentadito media hora en un sofá del portal hasta que se organizó todo el dispositivo de protección. Y entonces, sí, nos fuimos todos a comprar la prensa. Pero claro, ya no fue lo mismo”.
-¿No es muy duro vivir así?
-Bueno, te cambia todos los esquemas. No puedes llevar una existencia normal. Estás rodeado de unas medidas de seguridad tan grandes que te impiden llevar una vida regular. Nunca estás solo. Y a mí lo que me gusta es la independencia. Soy un tipo solitario. Un jugador de tenis. Pero cuando ves el trabajo de la gente que te cuida; su profesionalidad; que rastrean con perros las calles por donde vas a pasar, no pegan ojo, te das cuenta que no puedes poner en riesgo ese trabajo por un capricho. Y adaptas tu vida a la suya. Aquí no tienes fines de semanas ni vacaciones.
Aquel día, Joan Mesquida, un mallorquín de 45 años, olvidó por unos segundos que es uno de los hombres más poderosos de España. Director general del Cuerpo Nacional de Policía y la Guardia Civil. El primero de la historia que manda sobre los dos grandes cuerpos de seguridad del Estado. El Mando Único. Dirige 140.000 hombres en pie de guerra contra el crimen. Centenares de cuarteles y comisarías; miles de coches, motos, barcos y helicópteros. Sabe en cada momento lo que ocurre en las costas y fronteras españolas. En las cloacas. En las embajadas. En el territorio comanche. En el sur de Francia y las costas de Mauritania. El primero en recibir toda la información. El enemigo número uno de ETA. La gran pieza a batir por los terroristas.
Antes de que amanezca, el Beechcraft 200 matrícula EC-GBB está calentando motores en un aeródromo emplazado en un punto indeterminado del extrarradio de Madrid. Este reportaje está repleto de lugares indeterminados; de datos que no se pueden revelar: horarios, itinerarios, nombres, rostros. Se trata de no dar ni una pista al enemigo. Ni las reuniones ni quien asiste. La de hoy, se llevará a cabo en Navarra con los responsables de la información antiterrorista. Rostros anónimos. Han pasado una noche de perros: la dirección de Batasuna han sido detenida por orden del juez Garzón durante una reunión clandestina en Segura (Guipúzcoa). Las fuerzas de seguridad del Estado esperan una inmediata reacción de ETA. Hay que seguir trabajando.
Son las 7,00 de la mañana en el patio de la acorazada dirección general de la Guardia Civil, en Madrid. La oscuridad es casi absoluta. Un entorno fantasmal en el que se mueven sombras de paisano y uniforme. Se adivinan las armas. El responsable de la seguridad del director es el teniente M. Un tipo alto, listo y bien vestido que, cuando se camufla tras unas Ray-Ban de piloto, recuerda a Clint Eastwood. “Vamos a tener un día movido”, saluda. Tiene mirada de halcón. No se le escapa ni una. Reparte órdenes. Dirige un grupo de policías y guardias civiles que se entrenan continuamente en conducción, tiro, defensa personal y medios de escape y cuya única misión es que no le pase nada al director. Un trabajo duro y mal pagado. 12 horas al día. “A medida que las amenazas terroristas van evolucionando nosotros también nos vamos adaptando con nuevas técnicas defensivas. Es el juego del gato y el ratón…”
Enmudece. Uno de los guardaespaldas susurra “actividad”. El director entra en escena. Todos se ponen tensos. No es muy alto; sólido y ligeramente cargado de hombros; cabello rubio en prematura retirada y un rostro rubicundo que le da cierto aire infantil. Los ojos hinchados por la falta de sueño. Esboza una mínima sonrisa. La madrugada ha sido larga. Viste un traje gris de confección. Y corbata indefinida. La coquetería se adivina en su camisa con las iniciales bordadas en el pecho y un Rolex en la muñeca. Un teniente en rígida posición de firmes le da novedades dentro de la más pura tradición militar. Mesquida se sumerge en su coche blindado, le sigue un comandante que porta un maletín. Delante y detrás arrancan con estrépito coches grises y motocicletas camufladas. Comienza la acción.
Viajar a bordo de un vehículo de escolta es una experiencia poco recomendable. Se circula por la ciudad a toda velocidad. Con continuos acelerones y frenazos. Es una guerra de nervios. Se trata de disuadir. Apesta a gasolina. Junto al coche del director, un motorista se va jugando la vida en su BMW. A esta hora las carreteras de Madrid están repletas de coches y se trata de que ninguno se acerque a la caravana. Los destellos azulados del prioritario, apartan a los despistados. Uno de los policías va describiendo al periodista las distintas modalidades de atentado que podemos sufrir: “Desde la bomba en el techo, al motorista que abre fuego, al coche que explota a tu lado; nadie debe acercarse”; un discurso poco tranquilizador.
En la escalerilla del avión, los número dos de la Policía y la Guardia Civil, los directores adjuntos operativos (DAO en la pesada jerga policial), Miguel Ángel Fernández-Chico y José Manuel García Varela, se cuadran ante el director. Su brazo izquierdo y su brazo derecho. Despegamos sin perder un instante. El primer destino es Logroño. Mesquida repasa papeles. No está contento con un discurso que le ha elaborado su Gabinete. En abril de 2006 fue nombrado director de la benemérita. Cinco meses más tarde asumió también el control de la Policía. La fusión en un Mando Único arrastra goteras. La estructura no está clara. Dos despachos, gabinetes, equipos, estilos, tradición, filosofía. Azul y verde; gorra y tricornio; Ángel Custodio y la Virgen del Pilar; civil y militar; sindicatos y cornetín de órdenes. El trabajo de Mesquida, la coordinación de los dos cuerpos, no está resultando fácil. Trabaja una media de 15 horas. “Esto es como tener un segundo hijo, los problemas no se multiplican por dos, sino por tres o por cuatro”. Mesquida rezonga con su rasposo acento mallorquín. Sus cabreos son sordos. Nunca levanta la voz. No es su estilo.
El avión oscila como una hoja al viento. Este aparato fue incautado en 2003 a una organización de narcos y puesto a disposición de las fuerzas de seguridad del Estado. Aquí se transportaron toneladas de cocaína. Hoy desplaza a la cúpula de la seguridad del Estado. Tiene capacidad para siete personas. Se utiliza para las extradiciones de terroristas, el transporte de detenidos especiales (como Arnaldo Otegui) y las necesidades del director. “En realidad, es un auténtico órgano de coordinación policial: más juntos no podemos estar”, explica con tono socarrón el comisario principal Fernández-Chico, director adjunto de la Policía. Su perfil, incluso su fisonomía; su barba cana, escaso aire marcial y ojillos brillantes tras el sempiterno humo de un purito holandés, se adapta al milímetro al de un policía de carrera. Al igual que García Varela, rígido, marcial e imperturbable, al de un oficial sangre azul de la Guardia Civil. La relación entre los dos es fría y correcta. Personifican la vieja, tensa, incluso a veces desleal, competencia entre la Policía y la Guardia Civil. Ninguno muestra sus cartas. Al menos, todas sus cartas. La información es poder. “Por eso nunca se fusionarán los cuerpos y fuerzas de seguridad, porque a ningún Gobierno le interesa que un solo organismo concentre toda la información”, reflexiona un general. García Varela y Fernández-Chico se ven a diario por exigencias del guión. Comparten jefe. Y puede que un día lleguen a ser amigos. “Los dos Cuerpos son muy diferentes, pero están más cerca que nunca porque comparten por primera vez en la historia un mismo director. Es un paso adelante inmenso”, reflexiona Mesquida.
Fernández-Chico, de 54 años, pertenece al sector más progresista de la Policía. Militó en la izquierda durante la transición; fue comisario de Algeciras, inmejorable observatorio en cuestiones de crimen organizado, narcotráfico, inmigración ilegal y movimientos islamistas. Durante el último gobierno de Felipe González, ocupó la Comisaría General de Seguridad Ciudadana, una de las cinco patas sobre las que reposa la estructura del Cuerpo Nacional de Policía. Dos años más tarde, en 1996, el Partido Popular, tras ganar las elecciones le envió al ostracismo de una comisaría de barrio. Esa nefasta tradición en la policía, donde cada cambio de Gobierno supone la defenestración del equipo anterior. “Un momento en que muchos de los represaliados prefieren marcharse a la actividad privada”, explica un comisario madrileño, “aprovechando los numerosos contactos sociales que vas trabando a lo largo de tu carrera, no como los guardias civiles que son más cerrados”. Sin embargo, Fernández-Chico no se marchó; supo estar a las duras y a las maduras. Aguantó en la Policía. Quizá por eso, el secretario de Estado de Seguridad, Antonio Camacho, cercano a su entorno, apostó por él. La siguiente pregunta que se ocurre a uno es si esa práctica de cortar la cabeza a los comisarios no afectos al nuevo régimen, es el resultado lógico de la politización del Cuerpo Nacional de Policía. Dos respuestas contrapuestas. La primera, de un inspector jefe de tinte progresista. “Por supuesto, más politizada aún que la Ertzaintza, que ya es decir. Y si uno es realmente profesional, no se le puede exigir una condición política”. Mesquida apaga el fuego de esa respuesta incendiaria: “La Policía no está politizada, lo que tiene es un movimiento sindical muy fuerte”.
-¿Es más difícil dirigir a la Policía que a la Guardia Civil?
-Cada cuerpo tiene su punto de dificultad.
-¿A quién quiere más?
-Esto es como con los hijos: a los dos igual.
Politizada o no, la cúpula del Cuerpo Nacional de Policía, envidia el estricto orden establecido en la Guardia Civil, donde un general es un general y es inamovible gobierne la izquierda o la derecha.
Y más aún si luce tres estrellas de teniente general, como José Manuel García Varela, de 61 años, Pepín Varela para sus compañeros, Director Adjunto Operativo de la Guardia Civil. García Varela es un duro; un gallego inteligente, callado y sutil. Un hombre de información que conoce todos los secretos de los últimos 15 años de lucha antiterrorista. Tras la caída del general Enrique Rodríguez Galindo, salpicado por los crímenes del GAL, que había manejado durante más de una década todas las claves de ETA desde su feudo guipuzcoano de Intxaurrondo, Varela tomaba el relevo desde su despacho madrileño de la calle Guzmán el Bueno. Desde allí ascendería sin pausa en la escalilla. Con el PP alcanzaría la jefatura del Servicio de Información de la Guardia Civil. En ese puesto le sorprendería el 11-M. Sin embargo, con la llegada del PSOE al poder, saltaría a la cúpula de Guardia Civil. Y sería el primer guardia civil en obtener el empleo de teniente general. “Es un hombre del que ningún Gobierno puede prescindir”, asegura un compañero. Hoy, cuando se le sugiere al general Varela la descoordinación en materia de información entre los distintos cuerpos de seguridad del Estado, salta como una pantera: “¿Coordinación para qué? Lo tiene que conocer el que lo hace y punto. Y que no lo sepa ni su general”.
-Siempre se ha dicho que la Guardia Civil maneja mucha información pero no sabe convertirla en inteligencia. Que la Policía es más efectiva en el estudio de la estructura y financiación del terrorismo y ustedes se limitan a tirar la puerta…
-Eso es una tontería. Nuestro Servicio de Información fue organizado por el general Andrés Cassinello que era el que más sabía de inteligencia de este país en los 70 y 80. Nosotros estuvimos detrás de la ilegalización de Batasuna. Hacemos inteligencia, somos un servicio de inteligencia con varios miles de agentes que proporcionan a la cúpula del Estado todos los papeles necesarios para tomar una decisión antiterrorista. Y eso es inteligencia.
Son los dos hombres en que se apoya Joan Mesquida para dirigir las Fuerzas y Cuerpos de la Seguridad del Estado. Dos hombres con poder. En algunos círculos dicen que incluso más que él. ¿Teme que le hagan la cama? Responde una alta personalidad del Gobierno socialista: “El que manda es Mesquida. Sólo tiene que ver a Varela cuando está el director delante, está cortado. En la Guardia Civil el director es dios”. ¿Y qué opina Mesquida de esos rumores? “El respeto te lo ganas con tu trabajo, tu dedicación y la lealtad al subordinado. Y, en correspondencia, los directores adjuntos son leales y eficaces. Yo exijo máxima lealtad. Y, además, saben quien manda”.
-“Pero es capaz de controlar todo ese inmenso flujo de información?
-No se me escapa nada pero es imposible estar en todo. No se me escapa ninguna línea maestra. En el diseño organizativo, ETA o el terrorismo internacional estoy al tanto de todo. Repito, de todo.
El Beechcraft 200 toma tierra en Logroño. Primera escala. Mesquida tiene fama de viajar a matacaballos “dicen que soy como la vicepresidenta, lo que ya es mucho decir, porque no para un segundo”. Odia las reuniones extensas, las comidas de trabajo, la vida social. En su entorno le definen como “gris, opaco, eficaz y muy ambicioso”. En su Mallorca natal dicen que “ha supeditado hasta su vida personal a la política”. Saltamos del avión en el aeropuerto de Agoncillo en dirección a un helicóptero donde aguarda en uniforme de campaña, boina verde y automática al cinto, el coronel I, un clásico de la lucha antiterrorista. Llueve a cántaros. La visibilidad es nula. Un vuelo rápido sobre el polígono de adiestramiento antiterrorista; el helicóptero toma tierra. Encuentro con los artificieros de la Guardia Civil y la Policía; reunión con los expertos antiterroristas de la Unidad de Acción Rural (UAR) y con los expertos de la Policía (todo tiene que hacerlo por duplicado). Mesquida escucha mucho y habla poco. No pierde un segundo. Vuelta al helicóptero y de ahí al avión. Ha pasado una hora en Logroño. Aterrizamos en Pamplona.
En un punto indeterminado de la ciudad, el director y los dos DAO se reúnen con los dos máximos responsables de información antiterrorista de la Policía (el comisario principal Miguel Valverde), y de la Guardia Civil (el teniente general Atilano Hinojosa), y sus colaboradores en el País Vasco. Se desprenden de chaquetas y guerreras. Los comisarios Fernández-Chico y Valverde encienden sendos cigarros. El ambiente se carga con una cortina de humo. Huele a sudor. Ni una sonrisa. Es una de las primeras veces que se reúnen los cerebros de la inteligencia de los dos cuerpos. Y que comparten con sus rivales sus secretos. En realidad, aquí todo es secreto.
Coordinar a la Policía y la Guardia Civil fue la gran apuesta del PSOE en su programa electoral de 2004. Y se ha avanzado mucho. No solo con el nombramiento de Joan Mesquida, también con la creación del CEMU (Comité Ejecutivo para el Mando Unificado), el CICO (Centro de Inteligencia contra el Crimen Organizado) y el CNCA (Centro Nacional coordinación antiterrorista). Y una base conjunta de datos. Una sopa de letras que tiene como gran objetivo evitar otro desastre repleto de lagunas de información como el 11-m. “Hemos estado tradicionalmente a la greña, pero cuando la delincuencia y el terrorismo son globales, cuando hasta Sarkozy se ha convertido en nuestro mejor aliado porque sabe que el terrorismo ya no para en los Pirineos, no tiene sentido que nosotros nos mantengamos en compartimentos estancos”, reflexiona un responsable antiterrorista. “Ya no existe un terrorismo ideológicamente puro; ahora esta unido a la delincuencia común; se nutre en el mercado del crimen de documentos falsos; armas y explosivos; se financia con el narcotráfico, robos y extorsión; Todo está mezclado como pudimos ver el 11-m. Y quizá las dos organizaciones, Policía y Guardia Civil, sean muy diferentes, pero la gente que trabaja en ellas, no. Sobre todo en las escalas básicas. El problema es que arriba hay bofetadas por las medallas”.
Han pasado seis días desde nuestro último encuentro. Mesquida está contento. Unas horas antes ha dado un revolcón en el Congreso a la agresiva diputada del PP Alicia Sánchez-Camacho. “La seguridad no es un monopolio de la derecha, nosotros, los socialistas, queremos seguridad porque sin ella no hay derechos ni desarrollo. El PP no lo hizo peor porque no pudo. Sólo entre 2002 y 2003 se perdieron 7.000 efectivos por fallecimiento y jubilación. Por contra, nosotros hemos ofertado esta legislatura 41.000 plazas. Los policías y guardias están mejor dotados y pagados que nunca. Con más derechos. Y una mejor cobertura legal. Y hemos destinado diez veces más de miembros para combatir el terrorismo internacional. ¿Me van a decir entonces que la seguridad es un valor de la derecha?”
A Mesquida se le escapa un ramalazo político. Es un político. Desde siempre. Ingresó con 17 años en las Juventudes Socialistas de Mallorca. Era un jovencito estudioso, piadoso y de familia conservadora. Él apostó por la izquierda. Quizá por un compromiso de justicia social. Luego vendrían los estudios universitarios de Derecho y Políticas en Madrid con 20 matrículas de honor. Tiempos de misa diaria en un colegio mayor del Opus Dei. Luego el trabajo en la empresa privada. Y las oposiciones a técnico superior en el ayuntamiento de Calvià, uno de los municipios más ricos de España. El matrimonio y los dos hijos. “Subí todos los peldaños sin saltarme uno: la formación universitaria, la estabilidad laboral, ya era el momento de dar el salto a la política”. Lo haría en la década de los 90 organizando el Partido en las Islas Baleares. Y convirtiéndose en un adicto al marketing electoral. Siempre a su aire; sin adscripción; sin familia política; con el marchamo de “socialdemócrata y moderado”. Y muy buenas relaciones entre las grandes familias mallorquinas. Los sectores más radicales del partido le colgaron el apelativo de beautiful people. Él no se inmutó. En 1999, entraba en el Gobierno de Progreso de las Islas como conseller de Hacienda y Presupuestos. Y se convertía en la gran víctima de la Ecotasa, el fallido proyecto del Gobierno socialista balear de cobrar un pequeño impuesto por cada pernoctación hotelera destinado a la sostenibilidad medioambiental del archipiélago. Las fuerzas más reaccionarias hicieron lo imposible por cargarse el proyecto y, de paso, al disperso Gobierno de Progreso. Lo conseguirían. Tras la derrota socialista en las autonómicas de 2003, Mesquida se quedaba compuesto, sin despacho ni escaño: “Y triste, porque era el mejor momento intelectual de mi vida; el momento con más experiencia y energía que aportar a un proyecto político. Recuperé tiempo para mi familia y el deporte. Y esperé”.
Por fin, en 2004, tras la victoria electoral del PSOE en las generales, José Bono rescataba del olvido al político mallorquín. “Bono siempre me pareció un valor seguro dentro del Partido. Me identificaba con él. Había ganado durante 21 años en Castilla-La Mancha y reunía las características para ilusionar a un electorado amplio; le podían votar no sólo socialistas, sino atraer un voto de centro por su cercanía al ciudadano y su eficacia política. Y yo siempre he pensado que si los votantes que en otra ocasión han votado al PP apuestan por mí porque les genero confianza, bienvenidos sean. No hubiéramos gobernado en el 82 si sólo nos hubieran votado los socialistas. Total, que le pedí a Bono trabajar con él. Enseguida me llamó a Madrid para ocupar la dirección general de Infraestructuras del ministerio de Defensa. Algunos pensaban que era un retroceso en mi carrera. Yo lo veía como una forma de continuar mi trabajo político en Madrid después de haber estado en la administración local y la autonómica. Aprender y disfrutar. Me vine sin pensármelo. Era un equipo sólido con un líder claro”
En Madrid, Mesquida regresó a sus tiempos de estudiante. Se vino solo. Colocó una cama plegable en un anexo de su despacho y trabajó duro. Y conoció a los militares. (Él que no había hecho la mili.) Algo que le vendría bien al frente de la Guardia Civil. Y esperó. “Dos años más tarde, una noche, sonó el teléfono; ya estaba en pijama en mi despachito de Defensa; era el nuevo ministro de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba; me dijo que me sentara, que tenía algo que decirme algo importante. Yo le dije que cuando me llamaba un ministro, siempre me ponía de pie”.
Y efectivamente, en nuestra tercera cita, cuando llama Rubalcaba directamente por uno de sus muchos teléfonos oficiales, Mesquida salta como un resorte. ETA ha robado una fábrica de productos químicos en Francia. Mesquida se pierde a media voz en un rincón.. El despacho es enorme, frío, feo e impersonal. Imposible sacar alguna conclusión sobre la personalidad de su inquilino a través de su burocrática decoración. Tampoco es posible deducir pistas sobre su personalidad a través de sus gestos o palabras. Mesquida es un hombre sin sombra.
Cuelga el teléfono. Muestra un rostro sombrío. “Cuando hay un atentado, lo duro es la primera llamada; la información inicial siempre es confusa; va cambiando frenéticamente a lo largo de los minutos. Cuando el atentado del otro día contra Gabriel Gines, el escolta de Galdakao, le dimos al principio por muerto. Al principio siempre hay mucha confusión. Por eso, en este puesto vas desarrollando una cierta habilidad para diseccionar la información que te llega; hay que tener paciencia, porque cuando ocurre algo tienes un ansia de contar con toda la información en el acto, pero debes tener claro que al principio todo es confuso. Y no hay que tomar decisiones precipitadas.
-¿Nunca se pone nervioso?
-Intento sujetar el estrés. Y me viene bien enfriar las decisiones; madurarlas, rumiarlas. La serenidad y la templanza son básicas en este trabajo.
-Todas esas carpetas contienen información secreta. ¿Cómo se siente al ser el primero en conocerla?
-En torno a este puesto hay mucha parafernalia, pero yo soy un tipo sencillo. No tengo vértigo, en serio. Eso sí, tengo conciencia de que lo que tengo entre manos es sensible y de ello depende la seguridad de mucha gente.
En nuestro último encuentro, compartimos su menú habitual, un sándwich frío y un botellín de agua, junto a sus tres ayudantes personales, los comandantes M y F y el inspector jefe J. Tras un café, de camino al helicóptero que le conducirá a un acto de la policía en Ávila, Mesquida abre levemente su corazón: “Llegas a vivir intensamente cada día la vida de 140.000 personas, sus penas y alegrías. Los atentados, las muertes de toda tu gente te afectan mucho; te cambian el carácter. Lo peor fue la explosión de la T-4: yo ni celebré la nochevieja. La suerte es que también vives en primera persona las buenas noticias: cuando hay una buena operación policial; cuando salvamos vidas. Pero cuando muere gente… Es duro y yo siempre he sido un sentimental. Y tienes que aguantarte para que no te caigan las lágrimas. Sabes lo que es cuando los compañeros de un agente muerto llevan el féretro cubierto por la bandera y alguno de ellos, un tiarrón, se echa a llorar como un niño… Te das cuenta de que tienes la misma motivación que ellos. Estás en el mismo equipo y no te vas a rendir”.
JESÚS RODRÍGUEZ 18/11/2007
Fuente: El Pais
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